El otro día leí en un artículo que no todos los que beben alcohol acaban siendo alcohólicos. Que la enfermedad puede deberse a multitud de factores, entre ellos la predisposición genética, las experiencias tempranas o las influencias sociales. Creo que a mí solo me afecta la última.
Hasta el día en que tuve la entrevista con Richard entrar sin compañía en un bar un día de labor antes de la hora de la comida y pedirme una cerveza constituía para mí algo nuevo. La parroquia unida, compartiendo el silencio. Me encontré muy cómodo junto a aquellos desconocidos y, cruel ironía del destino, me sentí muy libre. Fue maravilloso descubrir que el mero hecho de beber no requiere de una excusa tipificada en el código social.
Sí, estoy de acuerdo, en la mayoría de los casos todo esto no tiene por qué suponer un problema, pero es que todo ocurrió demasiado deprisa. Mi necesidad de agradar a los demás no se disipó con el alcohol, sino que derivó en una penosa inercia de llamar la atención a través de un perfil lastimero que lo traducía todo en odio hacia mí mismo.
Por querer agradar a Ricardo dejé a un lado el proyecto del libro y me vendí al vulgo por un puñado de historias que no sabía ni cómo escribir pero que al final, gustaban a los lectores. Presión, ansiedad, ambición desmesurada, soledad mal gestionada y el alcohol, que siempre a mano, no cesaba en su intento de seducirme. Lo peor es que no te das cuenta y que en todo momento piensas que estás haciendo lo correcto. Las modelos posan, los cocineros cocinan y los junta letras, beben. Read More