Hemos venido aquí a morir. Como si fuese un refugiado, espero a que la mansión se reduzca a escombros en cualquier momento. Así lo siento pero a su vez, y esto me aterra, albergo en lo más hondo de mí una sensación que grita que el causante del derribo puedo ser yo. Es como un lejano parpadeo.
Ya estamos todos; la última en llegar ha sido Almudena. Se ha sentado a mi lado, me ha cogido la pierna y al mirarnos, nos hemos puesto cara de carne; en persona parece más menguada. El cálido tono de su acento granadino me ha templado la oreja tras fundirnos en un abrazo.
Xoxanna me evita de una forma cruel e intencionada; con su actitud, consigue que sienta que el más mínimo vínculo que podría perdurar entre nosotros se haya extinguido para siempre. Cualquier gesto suyo hacia un tercero desprende más afecto que su indiferencia hacia mí.
El anfitrión se pasea con un pijama de seda color gris-alivio-de-luto que deja poco a la imaginación; a nadie se le ha pasado por alto que la tiene grande y que carga hacia la izquierda. Está nervioso, como si acabase de sufrir una fuerte descarga eléctrica y no para de agasajarnos con bebida y comida; todos decimos el típico «no gracias» y esperamos a que pase algo que nos advierta del motivo de esta improvisada reunión. Read More